jueves, 10 de enero de 2013


                                               PROLOGO

Todo tiene un porque siempre, o eso dicen.

En ocasiones todos flaqueamos cuando dañan o dañamos nuestra armonía interna. Esa que hace que nuestras emociones no cojan ritmo, pues no sabemos cómo canalizarlos. Es en ese momento cuando tropezamos y nos cuestionamos, ¿quiénes somos? ¿De dónde venimos? , si realmente tenemos una función en esta historia casi imaginaria a la que llamamos vida.

Yo como todo ser humano he cometido varias equivocaciones en mi vida y quizás este en el punto en el que haga que todo se pare, para visualizar mi alrededor. Para equilibrar chacras o darle un sentido lógico a mi existencia.

Demasiado pasional y efusiva a mi parecer, vista desde fuera. Pero quizás si no hubiera seguido los pasos que he dado hasta ahora, nunca hubiera comprendido exactamente qué es lo que realmente quiero, aunque todos sepamos lo que no queremos y nuestros miedos atraigan siempre situaciones en las que tengamos que hacer frente a nuestras propias fobias. 

Convertida por momentos en Don Quijote de la Mancha me siento abrumada por tantos fantasmas imaginarios, por tantos molinos de viento que deje atrás, sin querer ver la realidad tan insípida como abrumadora, tan irreal como tajante, tan sencilla como dispersa.

También dicen que las cosas son según el color con el que se miren. No creo que ninguna pupila tenga el mismo color, tamaño o poder de visión.

Como Don Quijote, tengo a mi dama Dulcinea a la que protejo en mi castillo encantado en el que guardo sus miedos y aplaco su ansiedad. Pero solo es un tupido velo imaginario con el que intento resguardarla de sus propios fantasmas haciéndolos míos. Mientras la escucho llorar y la siento agonizar por su misterioso príncipe inalcanzable.

Qué paradoja la mía. Ganando batallas contra esos inmensos molinos que ni me rozan físicamente, pero a cada paso me destrozo por dentro cuando vuelvo a casa y la siento tan fría, tan distante, tan embriagada por sus constantes variables.

  

Quizás sea hora de dejar mi armadura limpia y reparada en la última esquina de ese armario, aparcar a Rocinante y darle tregua mi fiel Sancho. Para encontrar mi paz.